miércoles, 12 de junio de 2013

episodios: pues nada..., que voy, me suicido, y después me escapo de urgencias (1)


Esa tarde me encontraba mal, muy mal. La angustia, y sobre todo la ansiedad, estaban haciendo que mi vaso estuviera ya a punto de rebosarse ... Llevaba unos tres meses metido en una fase de depresión que en ese momento, en ese instante, llegaba a su cota más profunda. Por circusntacias de la vida, derivadas de mi enfermedad, vivía solo en aquel entonces. Pensé que verme con alguien me ayudaría a superar aquel momento infernal, pero no quería ver a nadie que supiera ya de mi depresión, no quería hablar más de eso, por lo que decidí tirar de agenda y buscar a alguien que no supiera de mí desde hacía tiempo.

Llamé a Mari Luz, antigua amiga de los brillantes tiempos de la adolescencia. Nos citamos en el centro de Madrid, y apenas me vió me dijo 'te noto extraño..., estás bien??'. Mala cosa..., eso acrecentó mi angustia y apenas habíamos tomado la primera caña, me despedí de ella no sé con que excusa (pero quedando muy mal, seguro) y me dirigí a casa con plena disposición a ejecutar el plan final: 'suicidarme'.

En el metro me encontraba ausente..., sólo quería llegar a casa antes de que me ganara el arrepentimiento y de que mi conciencia me convenciese de no hacer caso del obsesivo pensamiento de quitarme la vida. El trayecto sirvió para lo contrario. Puse pié en el andén de destino convencido plenamente de que era el momento de quitarme definitivamente de en medio.

Abrí el cajón de las pastillas y esparcí todos los contenidos sobre la mesa del salón. Yo tomaba una medicación muy variada (como hoy en día), por lo que había ingredientes suficientes para un cocktail muy destructivo. Sé que hice una llamada, pero no recuerdo a quién ni lo que dije. Sé que escribí una nota, pero no sé para quién ni lo que escribí en ella. No vacilé un instante. Me acerqué a la mesa y con mis manos arrastré un buen puñado de pastillas que deposité en un vaso. Me senté, volqué el vaso en mi boca y bebí agua diréctamente de la botella. Me senté en el sofá, y no tardé mucho en encontrarme, n o sólo adormilado, sino también inestable, como con temblores. Aún así, quería asegurarme de que mi plan saldría adelante, por lo que repetí la recolecta de fármacos y su posterior ingesta. Mi último recuerdo es que me tumbé en el suelo a esperar que todo acabase....

No entiendo cómo, ni por qué. No entiendo cómo pudieron abrir la puerta, pero, aunque en absoluto recuerdo nada de nada, el Samur debió presentarse en mi salón, porque mis recuerdos se retoman en una cama de urgencias de uno de esos estupendos hospitales de la Comunidad de Madrid que, seguro, uno de estos años será privatizado....





[continúa con el relato de cómo me escapé de urgencias]


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